21 de agosto de 2011

Promediando los sesenta


Con efecto boomerang, los recuerdos de la infancia siempre vuelven.
Por más lejos que nos encontremos, por más tiempo que transcurra, la memoria es nuestra aliada cuando de recordar buenos momentos se trata. Generalmente asociados a la infancia y a la juventud. Y si un bebé tienes en casa, a la tarta no le falta ni la guinda.
Las experiencias con un recién nacido, y en los primeros meses de vida son tantas y de tal calado, que bien justifica los estudios que se realizan, la enorme bibliografía existente sobre el tema, y la basta literatura que ha generado desde antiguo. Es entonces cuando se tiene la sensación de que las atenciones y cuidados que le dispensan padres y abuelos, extienden las horas del día hasta límites insospechados.
En esas andaba yo al promediar mis sesenta, cuando el calor del verano me pedía algo fresco. Y me dije, qué tal una macedonia de reflexiones con mis frutas preferidas de estación.

Los cambios por venir
Según parece, y aunque no entendamos muy bien qué significa, nuestro planeta se acerca al final de un ciclo planetario, de ahí ciertas predicciones.
Los cambios por venir, para algunos significarán una nueva era en la que la conciencia universal se iluminará. Al hilo de los últimos acontecimientos más vale que nos demos prisa en despertar nuestras conciencias y cambiemos el rumbo de nuestras acciones comunitarias, o de lo contrario estaremos condenados a una involución, un regreso a épocas que creíamos superadas, de salvajismo despiadado, caos y sufrimiento.
Dicen los que saben, que los conceptos, al igual que las ideas, también evolucionan, de modo que tendremos que acomodar nuestras estanterías mentales para hace frente a los nuevos desafíos que se nos presenten.
En su reciente visita a España el líder de los católicos dijo que se está perdiendo las raíces de la religión y que hay un eclipse de Dios. En su diagnóstico de la actualidad hizo mención también al relativismo y la mediocridad, e instó a los jóvenes a buscar el camino de la verdad.
Así como todos los caminos conducen a Roma, también a la verdad se puede llegar a través de muchos caminos, no solo el de la religión. Lo importante es que nuestro desarrollo como seres humanos lo hagamos con inteligencia, con equilibrio entre la razón y el corazón.
Cierto es que se están debilitando las raíces existenciales al tiempo que se pierde espiritualidad.

Cuando el hombre pierde el sentido de su existencia, malo.
Cuando el hombre camina sin fe, malo.


Un escritor mexicano decía sentirse uno de los hombres más rico del mundo por tener una familia, amigos, un perro que lo quiere y ojos para ver el amanecer.
Algo de eso me pasa a mi con un tesoro similar, una familia maravillosa, ojos para contemplar una bella puesta de sol en la ría de Vigo, y salud para disfrutar con mi nieto los días más felices de mi vida.





La sonrisa social

En estos días hemos tenido varios nacimientos, en la familia y en casa de amigos. A todos desearles la mejor suerte, y el deseo de que sepamos formarlos y educarlos bien. Los recién llegados serán los encargados de organizar y gobernar el mundo dentro de unos años y la garantía de que sean buenas personas radica en la cantidad y calidad de caricias, arrullos y frases cariñosas que necesitan para madurar. Un estudioso del tema dijo “el cerebro de un niño que no es acariciado, no se desarrolla bien”.
Por eso, cuando el bebé pasa de la sonrisa social a la respuesta consciente, padres y abuelos vivimos un éxtasis difícil de explicar. Cuando devuelve la sonrisa o extiende los brazos, comienza otro tipo de comunicación en el que se vislumbra con más claridad algunos rasgos de la personalidad que tendrá.

Hace tiempo escribí sobre “la sonrisa perdida”, esa que desaparece con los años, la que permanece oculta bajo un manto de cenizas volcánicas que irritan la piel y el alma. Si, si, la misma que nos sirvió para comunicarnos con el mundo, en ocasiones se pierde en una telaraña de problemas, desgracias, frustraciones. No por nuestra culpa individual, sino colectiva. El neandertal vivía tranquilo con su prole en la caverna, pero cuando se juntó con otra familia comenzaron los problemas.
El alba nos sorprende con la pregunta del millón, ¿porqué somos incapaces de convivir sin hacernos daño?, ¿porqué no podemos ser felices sin explotarnos unos a otros?.
Comencemos pues a recuperar la sonrisa social con la que un día supimos ganarnos el cariño y la simpatía de los que nos rodeaban.


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